Diez ensayos para un fetiche
Texto/ Pablo Argerich
Pregunta: ¿La creación de obra es una toma de conciencia, es volver nítida una pulsión a través de la forma?
Ejercicio: Intentar ver las cosas de una manera nueva, escindirlas de la palabra que las nombra y limita, del contexto que las crea ligadas a una función determinada.
El privilegio del artista es asumir la presunción solipsista – erigirse como único autor de todo lo que se percibe, de todas las cosas, entes y fenómenos, negando incluso el tiempo: para nuestros fines, solo existe aquello que se percibe en el presente, y de eso me adueño con total autoridad lúdica, creando mis propios arquetipos.
En este juego conviene ser muy insistente! Difícilmente nos basten un par de ensayos. Para obtener acceso a la fuente misma de las formas, primero habrá que lograr la confianza en las propias capacidades, surfeando siempre la presión (el fantasma?) de la catástrofe que acecha.
Pablo Insurralde apresa las formas, las diseca, las domina a través del ritual del modelado y posterior horneado. La pieza, el fetiche final, cargada de significado, de espesa materialidad, es la prueba de fuego que otorga al artista su cualidad de demiurgo. Sus esculturas no intentan ser vestigios de un futuro post apocalíptico industrial; funcionan más bien como sublimaciones materiales de formas moldeadas instintivamente por la tensión de su deseo.
El taller del ceramista se transforma en la forja metafórica del sistema que nos rodea e controla, de sus desechos, de su violencia. La obra consta como registro en la sinapsis del artista, que hace y (se) destruye a lo largo de infinitas noches y horneadas sonámbulas hasta que da con aquello que siente le revela. Es la maquina viéndose a sí misma. Para salir de la máquina, primero hay que ser consciente de ser una, o cuanto menos uno de sus productos: férreo, lacerante, con la tensión intrínseca en que descansa aquel peso que puede derrumbarse en un segundo sobre nosotros y aplastarnos.
El logro final de este tour de force insomniaco es el de compartir y contagiar la vibración más honesta que puede embriagar a un artista: la curiosidad. El encuentro entre las propias capacidades materiales dobladas al extremo, y una mirada siempre aguda sobre la inagotable riqueza plástica que nos rodea.